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¿Curando el autismo con bacterias?

BacteriasSeguimos trayéndote artículos que describen aún más la imprescindible simbiosis total de nuestro cuerpo con las bacterias que lo habitan. En este caso se ha comprobado que la ausencia de determinadas bacterias provocan síntomas compatibles con el autismo. Pero lo mejor de la investigación es que la enfermedad se puede suavizar si se reimplantan las bacterias necesarias en el intestino mediante un simple "trasplante de heces".

Es irónico que siempre se transmita la importancia "crucial" de la higiene sin haber entendido que es necesaria cierta dosis de "suciedad" para estar sanos Sonrisa

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Artículo original lacienciaysusdemonios.com

En los últimos años se han venido acumulando los estudios que muestran una fuerte asociación entre el desarrollo neurocognitivo y el conjunto de bacterias simbiontes del organismo denominado microbioma. Esta asociación implica que cuando la flora bacteriana, que ha venido coevolucionando con los humanos a los largo de millones de años, es desplazada por otras bacterias distintas pueden aparecer trastornos del neurodesarrollo, como sería el caso del autismo. Y por tanto, esta misma relación abre la puerta a tratamientos que, mediante el reimplante de la flora bacteriana natural, pudieran suavizar o incluso corregir estas enfermedades neurobiológicas. En una entrada reciente presenté algunos de los últimos estudios realizados en modelos de animales de laboratorio sobre la asociación entre intestino, cerebro, microbioma y autismo. En dicho modelo la presencia o ausencia de una determinada bacteria era suficiente para desencadenar o bloquear en los animales trastornos similares al autismo en humanos. Y la pregunta que surge es, si esta asociación es tan fuerte ¿para cuándo estos tan prometedores tratamientos estarán disponibles en humanos? Pues bien, hace unos meses se publicó un artículo con los primeros resultados en niños autistas. Los investigadores seleccionaron 18 pacientes que además de un autismo moderado, presentaban también problemas gastrointestinales que se asocian con cierta frecuencia a este trastorno neurocognitivo. Primeramente trataron a los niños con antibióticos para eliminar en lo posible su flora bacteriana propia, además de practicárseles un lavado gastrointestinal similar al que reciben los pacientes que deben someterse a una colonoscopia con el objetivo de disminuir aún más su microbioma particular. Posteriormente se les trató con un supresor de la acidez estomacal para dificultar la destrucción de las bacterias a administrar. Y finalmente recibieron durante diez semanas una mezcla de flora bacteriana libre de los principales "patógenos" gastrointestinales conocidos proveniente de diversos voluntarios sanos, lo que se denomina un trasplante fecal. Los investigadores encontraron que, tal y como muestra la siguiente figura, a medida que el tratamiento avanzaba los problemas gastrointestinales de 16 de los 18 niños disminuían, manteniendose después de la finalización del procedimiento médico. Además, los síntomas asociados al autismo (medidos por tres métodos diferentes) en estos 16 pacientes también se suavizaron tanto al finalizar del tratamiento, como pasados dos meses de la terminación de la intervención terapéutica tal y como se muestra en la siguiente figuraEstos prometedores resultados abren la puerta a la posibilidad de tratar una enfermedad tan grave como el autismo con un procedimiento relativamente sencillo y accesible, aunque como indican los propios investigadores del estudio hay que ser cautelosos ya que el tamaño de la muestra (tan sólo 18 pacientes) es muy limitado y este estudio no es un ensayo clínico, puesto que no existe grupo de control (por lo que la mejoría de los niños podría ser debida al más que famoso efecto placebo) y tampoco el estudio fue realizado bajo doble ciego. Por todo ello, los autores indican que sería necesario iniciar cuanto antes un verdadero ensayo clínico, con todas las garantías metodológicas y un mayor número de individuos para así confirmar lo que de corroborarse podría ser una terapia muy efectiva para un trastorno que afecta alrededor del 1% de los niños, lo que por ejemplo en España significa unos 4.000 nuevos casos al año.

Obesidad, bacterias y autismo

El comportamiento humano, lejos de ser algo externo a la fisiología del organismo en general y del cerebro en particular, es el resultado de complejísimas interacciones entre diversos órganos de nuestra anatomía, junto con la nada desdeñable influencia (cuando no dirección) de esos miles de millones de diminutos microorganismos que llevan acompañándonos millones de años, de tal manera que ahora mismo tras esa larga coevolución los humanos no podemos desarrollar adecuadamente nuestras funciones cognitivas en ausencia de esos simples, pero a la vez poderosos microorganismos simbiontes. Desde hace algunos años existe una creciente evidencia epidemiológica que relaciona el desarrollo del feto en el útero de una madre obesa con el riesgo de sufrir años después trastornos del desarrollo neurológico, como el autismo [12 y 3]. Esta obesidad materna se ha asociado con alteraciones en el microbioma del intestino de los hijos en primates tanto humanos como en macacos. Inciso, otra prueba más que nos liga a nuestros primos más peludos, por mucho que nieguen algunos. Es más, muchos individuos con trastornos neurológicos, incluyendo el autismo, también presentan diversos problemas gastrointestinales y alteraciones de la microbiota intestinal (disbiosis) [4 y 5]. Estos y otros estudios [6 y 7] apoyan la hipótesis de que existe un sistema de comunicación bidireccional entre el intestino y el cerebro, en donde las respectivas actividades estarían mutuamente reguladas y por tanto, en donde los cambios en el microbioma del intestino podrían ser relevantes para el desarrollo de las alteraciones de la conducta asociadas con el autismo. Esto por otra parte echaría por tierra siglos de esa supuesta exclusividad humana, de que la mente de los sapiens es una caja negra en donde la ciencia no tiene nada que decir, puesto que según los infalibles libros sagrados de las más diversas religiones es el resultado de un alma etérea, sin ninguna relación con el cerebro. Pues bien, unos investigadores tejanos publicaron el año pasado un elegante estudio con animales de laboratorio que clarifica esta compleja relación entre bacterias, intestino y cerebro. Los científicos estudiaron una cepa de ratones en dos condiciones diferentes, en la primera a las hembras se les alimentaba con una dieta equilibrada en donde los recién nacidos se desarrollaban con normalidad desde el punto de vista cognitivo, relacionándose adecuadamente con sus congéneres. En estos ratones hijo, los investigadores analizaron el microbioma intestinal, el cual se consideró como normal (símbolos azules enmarcados por un círculo en el abdomen de ratones que se acicalan mutuamente, tal y como se indica en la siguiente figura). Otro conjunto de hembras se sometió a una dieta rica en grasas varias semanas antes de la concepción y el posterior parto. Los descendientes fueron después criados con la dieta normal de estos animales y se estudió tanto su desarrollo neurológico como su microbioma. Y tal y como indica la siguiente figura los ratones hijos de madres obesas, aun cuando ellos no estaban gordos, desarrollaron problemas de sociabilidad con sus congéneres, teniendo también alteraciones de su microbioma (marcado en rojo en la figura). En este punto los investigadores comprobaron que la bacteria Lactobacillus reuteri era mayoritaria en los ratones sanos, mientras que estaba muy disminuida en los animales con problemas de comportamiento. Por ello, los investigadores procedieron a añadir esta bacteria al agua que bebían los animales recién destetados provenientes de madres obesas y encontraron que, tras 4 semanas de la administración continua de L. reuteri, estos ratones no desarrollaban síntomas de disfunción neurológica. 
En resumen, un nuevo dato que viene a poner en evidencia la complejísima relación que existe entre cerebro, intestino y los miles de millones de bacterias que llevan coevolucionando con nosotros desde que éramos unos simples mamíferos del montón.

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