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Los placebos son cada vez más eficaces

PildorasLas farmacéuticas están desesperadas por saber por qué.

(Si quieres leer una reflexión sobre las implicaciones del placebo pincha aquí)

El poder de la mente para hacer real aquello que cree y actuar sobre el organismo parece estar comprobándose con mayor profundidad. El placebo evoluciona y es cada vez más efectivo, instalando en una crisis existencial a las grandes farmacéuticas.

Las raíces del problema del placebo pueden ser rastreadas hasta una mentira piadosa contada por una enfermera del ejército durante la Segunda Guerra Mundial cuando las fuerzas aliadas tomaron por asalto las playas del sur de Italia. La enfermera estaba ayudando a un anestesista llamado Henry Beecher, que atendía a las tropas de EE.UU. bajo un fuerte bombardeo alemán. Cuando el suministro de morfina se quedó corto, la enfermera aseguró a un soldado herido que estaba recibiendo una inyección de un analgésico potente, aunque su jeringa sólo contenía agua salada. Sorprendentemente, la inyección falsa alivió la agonía del soldado y previno la aparición de shock.

Henry Beecher, instituyó en los 60s el estándar de prueba de placebo en la industria farmacéutica y ahora, según las regulaciones del FDA (Food and Drugs Administration), un fármaco debe de superar a un placebo en al menos dos pruebas autentificadas para ser aprobado. Sin embargo, de 2001 a 2006 el porcentaje de sustancias cuyo desarrollo fue paralizado al no superar al placebo en la segunda etapa de la prueba creció un 20% y un 11% las que estaban en la tercera etapa. En el 2007 el FDA sólo aprobó 19 sustancias de tipo único, la menor cantidad desde 1983 y en 2008 sólo fueron 24. La mayoría de los fármacos que no logran ser aprobados se rechazan por no obtener mejores resultados que las tabletas de azúcar usadas como placebos.

Un caso notable es el del fármaco anti-úlcera Cimetadine. En 1975, cuando Cimetadine salió a la venta erradicaba el 80% de las úlceras. Pero con el paso del tiempo su efectividad disminuyó al 50%, tal vez debido a la aparición de un nuevo medicamento, el Ranitidine, supuestamente superior. Parecería como si la conciencia de estar tomando un medicamento inferior tuviera efecto en el resultado físico de la medicina. Varias sustancias de alto perfil han sido recientemente abandonadas en sus últimas etapas de prueba debido a un inesperado fracaso ante el placebo. Una nueva terapia genética para tratar el Parkinson apoyada por la Fundación Michael J. Fox se cayó en sus últimas instancias por no poder superar la prueba y la empresa de reciente creación Osiris Therapeutics recibió un duro golpe en Wall Street cuando tuvo que suspender las pruebas de un prometedor fármaco para tratar el mal de Crohn por la misma razón. Lo mismo le sucedió a la farmacéutica Eli Lilly con una sustancia para combatir la esquizofrenia.

Como encargado del desarrollo de sustancias de uso psiquiátrico en la farmacéutica Lilly´s, William Potter descubrió que muchas de las sustancias consagradas como el Prozac o incluso los anti-depresivos de la siguiente generación estaban fallando en sus pruebas contra el placebo. Analizando la base de datos de Lilly's, Potter notó que pese a que las pruebas eran realizadas de forma correcta, un fármaco podía superar al placebo en un hospital en Phoenix pero fracasar en París. Por ejemplo, el diazepam (o valium) a finales de los 90s superaba al placebo en Francia y Bélgica, pero en pruebas realizadas en Estados Unidos no lograba hacerlo. El Prozac, en cambio, batía al placebo en Estados Unidos, pero no lo hacía en Europa occidental o en Sudáfrica. En Alemania, el antropólogo Daniel Moerman, se dio cuenta que los alemanes tenían una alta respuesta al placebo en fármacos para la úlcera, y una respuesta baja al placebo cuando se hacían pruebas con fármacos para la hipertensión.

Asimismo los efectos del placebo varían según la forma, cantidad y color de la pastilla: las pastillas rojas estimulan más; las amarillas sirven para la depresión; las verdes y azules funcionan para tranquilizar (salvo a los hombres italianos que asocian el azul con la camiseta de su equipo nacional de fútbol); las blancas son buenas para la úlcera; tomar más veces al día surte mejores efectos, etc. y una de las más efectivas formas de placebo es presenciar como alguien experimenta los beneficios de la "medicina", algo que se conoce como el aspecto social del ritual de la medicina.

Así que, al parecer, el efecto de un medicamento está determinado por las expectativas, los condicionamientos y creencias, la psicología del color y, tal vez, hasta por la geografía y el entorno donde se toma.

Mientras el efecto del placebo crece y se expande, las farmacéuticas investigan las causas secretamente cruzando sus datos. Algunos creen que las farmacéuticas son víctimas de su propio placebo publicitario, al mejorar su marketing y lograr identificar sus productos con aspectos de la vida que producen bienestar y paz, los placebos serían también identificados con estos bienes sociales: la familia feliz, el perro, la casa blanca luminosa y la pastilla al final, como la facilitadora de todo esto. Por tanto, habríamos proyectado un valor de bienestar y capacidad curativa a todas las pastillas, a todas las medicinas, como si estas fueran producidas por un equipo de magos: científicos y publicistas. Otra posibilidad simplemente supone que los estudios de prueba se han vuelto más rigurosos, lo cual demostraría que las medicinas nunca fueron muy efectivas, sino solamente suficientemente sesgadas.

Después de las presiones realizadas por Potter y otros, la FNIH (Foundation for the National Institutes of Health) se centró en la cuestión en el año 2000, auspiciando un congreso de tres días en Washington. Por primera vez en la historia médica, más de 500 desarrolladores de drogas, médicos, académicos y diseñadores de pruebas juntaron sus mentes para examinar el papel del efecto placebo en los ensayos clínicos y la sanación en general. Ya que, parte del problema estribaba en que la respuesta placebo era considerada un rasgo psicológico relacionado con la neurosis y la credulidad más que un fenómeno fisiológico que podría ser examinado en el laboratorio y manipulado para el beneficio terapéutico. 

El doctor italiano Fabrizio Benedetti realizó estudios con pacientes que tenían Alzheimer y descubrió que en aquellos que tenían impedimentos en las funciones cognitivas la efectividad de los medicamentos con los que se les trata disminuía. Es decir, los únicos efectos que recibían eran los de la sustancia en sí misma y no los del placebo. Al no poder anticipar los beneficios de un medicamento, estos se reducen. El placebo, según Benedetti, puede activar los receptores de opioides en el cerebro, los cuales no sólo mitigan el dolor, también sirven para regular el ritmo cardiaco y la respiración; el placebo también permite al cerebro descargar dopamina, la cual mejora funciones motrices y limita la secreción de hormonas relacionadas con el estrés; el placebo, a grandes rasgos, sirve como un activador de mecanismos autocurativos. Contrariamente a lo que se cree, se ha observado que los placebos llegan a tener efectos de larga duración. Se han observado también los efectos del hermano gemelo maligno del placebo, el nocebo, particularmente en el caso de un medicamento usado para el tratamiento de la próstata: los sujetos a los que se les informó previamente que podría causar disfunción eréctil, padecieron hasta dos veces más impotencia sexual.

Irónicamente, el intento de las grandes farmacéuticas por dominar el sistema nervioso central ha terminado por revelar cuán poderoso es el cerebro en realidad. A la respuesta placebo no le importa si el catalizador para la curación es un triunfo de la farmacología, el terapeuta compasivo, o una jeringa de agua salada. Todo lo que se requiere es una expectativa razonable de mejorar. Esa es la medicina potente.

 

Extracto del artículo original publicado en inglés en Wired.

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